lunes, 28 de mayo de 2012

Inocencia y humanidad perdidas. Dos poemas, dos poetas: F. García Lorca y A. Machado.

Inocencia y humanidad perdidas.         
                                                      
Dos poemas, dos poetas: F. García Lorca y A. Machado.





FEDERICO GARCÍA LORCA: “Romance de la luna, luna”, de Romancero gitano

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
-Huye, luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
-Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
-Huye, luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
-Niño, déjame; no pises
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.

ANTONIO MACHADO: “La muerte del niño herido”, soneto de Poesías de la guerra (1936-1939)

Otra vez en la noche… Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. –Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!
-Duerme, hijo mío. –Y la manita oprime
la madre, junto al lecho. –¡Oh, flor de fuego!
¿quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
hay en la pobre alcoba olor de espliego;
fuera, la oronda luna que blanquea
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.
-¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?
El cristal del balcón repiquetea.
-¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!

Los poemas que vamos a analizar y comparar pertenecen a la obra poética de dos de los autores más influyentes de toda la literatura española y mundial, es decir, F. G. Lorca y A. Machado.
El poema “La muerte del niño herido”, de Antonio Machado nos parece que tiene varios puntos en común con “El romance de la luna, luna”, de Federico García Lorca.
En efecto, la obra de Machado ha sido siempre uno de los puntos de referencia incuestionable para la evolución artística de Lorca. Según el hispanista Ian Gibson: “Federico García Lorca, sin Antonio Machado, no sería el artista que hoy conocemos”[1]. Sin embargo, el influjo fue mutuo. Lorca se interesó por la obra del poeta sevillano a partir de 1919, año en el que se trasladó a la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde entró en contacto con muchos de los autores de la Generación del 98. (Éste fue un grupo literario que tomó su nombre en alusión a la fecha de la pérdida de las últimas colonias españolas y que propuso la renovación estética de la literatura anterior y la regeneración socio-cultural del país).                                                    
Lorca -que, sin embargo, pertenece a la generación del 27- intentó también la renovación estética de la poesía y del teatro, junto con otros componentes de su grupo, teniendo en cuenta las innovaciones aportadas por las vanguardias, aunque sin olvidar la importancia de la tradición literararia española.
En 1916, durante su primer viaje a Baeza, el joven Lorca tuvo la oportunidad de conocer al ya consagrado poeta de la “palabra esencial en el tiempo”, que había llegado a esta ciudad cuatro años antes, como catedrático de Lengua Francesa en el Instituto de Baeza.
Este encuentro dio lugar a una respetuosa amistad entre Machado y Lorca, subrayada por el influjo fundamental que algunos aspectos de  la obra machadiana tuvieron en la poética de Lorca, y, por otra parte, por el afecto que Machado le demostró a Lorca, evidente en el poema “El crimen fue en Granada”, dedicado a Federico García Lorca tras su asesinato a principios de la Guerra Civil, donde Machado retoma la estética lorquiana como homenaje al gran escritor andaluz.
                          


       Miguel Rodrigues - MIRADA




















Analizaremos “La muerte del niño herido”, soneto publicado en 1938, perteneciente al poemario Poesías de la guerra, escrito por Machado poco antes de su exilio en Francia, y el lorquiano “Romance de la luna, luna”, que forma parte del Romancero gitano, obra de 1928, símbolo de la perfecta convivencia entre tradición y vanguardia, dentro de la obra del escritor andaluz.
Ambas obras tratan de la muerte de un niño; de hecho, el tema central de los poemas es la muerte, la misma muerte de España, causada, a ojos de los intelectuales, por la Guerra Civil.
Tanto Machado como Lorca pertenecieron a la tradición republicana y liberal del primer tercio del siglo XX en España; pero con la independencia ideológica que implica la particular angulación del artista. Ambos colaboraron con la República, a pesar de que lo hicieron de forma distinta, según las circunstancias de su vida y según su forma de ser. Y así, mientras que el poema de Machado se centra más en la crueldad de la guerra y en su sinrazón, Lorca subraya el carácter más intimista y dolorido de la muerte, que es proyección universal y cósmica de la inexorabilidad y del sentido trágico de la vida.
Las semejanzas entre los dos poemas son muy visibles en el léxico y en los símbolos escogidos, reflejo del influjo mutuo entre los dos poetas. Entre las características e imágenes comunes más notables, destacamos: 

- Importancia de la rima y de los signos de puntuación


·        “El romance de la luna, luna” sigue las reglas del romance tradicional: los versos impares quedan sueltos, mientras que los pares riman en asonante.
En este poema, Lorca aspira a transmitir al lector el profundo dolor que causa la muerte de un niño, en medio de un mundo de marginación y pena, gracias a unos enunciados exclamativos (“Cómo canta la zumaya, / ¡ay, cómo canta en el árbol!”).
En Machado, el soneto se compone de dos serventesios (no son dos cuartetos y esto podría ser un resabio de su época modernista) y dos tercetos de rima encadenada.
En esta composición, no obstante el respeto casi fiel de las reglas clásicas, el autor se sirve de una rima muy compleja que tiene su origen en una búsqueda elaborada y cuidadísima. Si analizamos los fonemas a partir de las sílabas tónicas, podemos notar cómo las terminaciones de las palabras que riman tienen un significado escondido y, a veces, oculto.
En los versos 2 y 4, la rima “adas” alude en su sonoridad a las ‘hadas’, es decir, los seres fantásticos y etéreos, que, en los cuentos para niños, se presentan con forma de mujeres hermosas, dotadas de poderes mágicos. La dimensión onírica ligada a estas criaturas legendarias, hace referencia a una temática vital en el siglo XX, o sea, el sueño, definido por las vanguardias (sobre todo por el surrealismo) como el funcionamiento real del pensamiento. En los tercetos, en la misma línea subrayamos la rima en “ea” (sonido de exhortación de las nanas), donde se conjugan la vigilia y el sueño, la vida y la muerte.
En los versos 6 y 8, la rima “ego” alude a los estudios del médico y filósofo Freud, que elaboró el concepto de “ego”, el cual representa la instancia psíquica que aparece como mediadora entre el Ello (el conjunto de las pasiones y de los deseos), y el Superyó (la internalización de las normas, reglas y prohibiciones parentales). En este soneto, en la mente del niño delirante, la dimensión dominante es la inconsciente (el Ello), causa de la falta de cualquier tipo de cognición de la realidad y de la ausencia de cualquier pensamiento coherente. El niño está agonizando, está delirando, no es consciente.
Todos estos sonidos trastocan la realidad y la última rima, la rima en “ía”, que se transforma en un eco en el último endecasílabo, rompiendo todo equilibrio, es como el grito de dolor conclusivo, el desgarro que supone la muerte de un niño. El grito no es el dolor de siempre, el de la costumbre, el de una vida normal, el “¡ay!” tradicional, sino algo mucho más deshumano que invierte los términos de la misma vida, que da paso a la violencia. 

·        - La luna, que se convierte en un símbolo de muerte y que, a raíz de una obsesión por el tiempo, representa la circularidad y el eterno retorno, tanto en Lorca (“mueve la luna sus brazos”, metáfora de las fases lunares), como en Machado (“Otra vez es la noche...”). Tiempo e iconografía perfectamente conjugados, dando paso a una complejísima metáfora lorquiana, que supera la tradicional imagen que presenta la luna en la historia de la literatura, donde la luna es frecuentemente protagonista de numerosas composiciones. Su tenue resplandor en la oscuridad de la noche, su fulgor misterioso y su mudable esencia y forma han inspirado por siglos a músicos, escritores y artistas; su influencia ha sido notable en el terreno poético (en autores como John Keats, Giacomo Leopardi, Rosalía de Castro), pero cabe analizar su papel en la obra de Lorca.
En la mayoría de los poemas que pertenecen al Romancero gitano, como en otras obras lorquianas posteriores a esta, como por ejemplo en la tragedia Bodas de sangre, la luna adquiere un sentido nefasto: es símbolo de muerte, de fatalidad, de frialdad, de soledad.
Esto es particularmente evidente en el romance analizado, en el que hay una personificación de la luna, dotada de atributos femeninos, cuya caracterización activa (“la luna vino a la fragua”, “ mueve la luna sus brazos”) se opone a la actitud contemplativa del niño que “la está mirando”. La luna es un ser aristocrático, distante, seguro de sí, indiferente a los deseos del niño; la expresión “blancor almidonado” es una sinestesia de gran densidad retórica, en que el elemento visual (el blancor) y el componente táctil (almidonado) se funden, para indicar el vestido de la luna. La doble realidad sinestésica y la escisión de dos mundos que conduce, al final, a un solo un mundo: el de la vida que lleva a la muerte.
Aunque en obras anteriores, entre las que destacamos Libros de poemas y Canciones, Lorca pinta una imagen menos funesta de la luna, asociada a los juegos infantiles del “paraíso perdido” de su niñez, a medida que pasan los años, la luna va adquiriendo matices cada vez más funestos.
Por su parte, la luna en Machado, que es un elemento recurrente en su obra, casi siempre tiene un matiz negativo, y, junto con el agua, simboliza el fluir del tiempo. La metáfora de la vida como movimiento continuo se inspira en la filosofía de Bergson, según la cual los estados de conciencia se funden y se organizan en una unidad que no es espacial, sino duración. Para Machado, la vida se forma y desaparece también en el mismo instante.




·        - Alternancia y contraste entre blanco y negro, entre luz (“su polisón de nardos”, “la luna”, “collares y anillos blancos”, “mi blancor almidonado” en Lorca, “la luna que blanquea” en Machado), y oscuridad (“ojos cerrados”, “bronce y sueño” en el “Romance de la luna, luna”, “Mariposas negras y moradas”, “la ciudad sombría” en “La muerte del niño herido”).
En Machado, la luz blanca de la luna, símbolo a la vez de muerte y fecundidad, se opone y se une a la expresión “flor de fuego” y “flor de sangre”, que alude a la cancelación de la esperanza de la madre (la flor como alegoría primero de la bomba y después de la sangre del niño, efecto de la bomba), y, al mismo tiempo, es emblema de muerte y tragedia.
En F. G. Lorca, el “bronce” de la piel de los gitanos, simboliza el color del suelo del territorio andaluz, pues hay una proyección del pueblo gitano en su propia tierra (“Por el olivar venían”).

·         - Equilibrio entre tradición e innovación. 
      En el poema de Lorca, el autor, valiéndose de una forma expresiva típica de la literatura popular española, el romance, introduce también elementos de vanguardia. Aquí, como en el romance tradicional, hay una alternancia y fusión entre narración (introducida por el verbo “vino”), y diálogo, que se corresponde con el doble carácter del poema, en el que se entremezclan un contenido narrativo y anecdótico y otro sentimental y lírico. Otro elemento tradicional también pero que retoman las vanguardias consiste en pasar al estilo directo sin un verbo enunciativo que sirve de puente, con el diálogo que se interrumpe.
Otro elemento tradicional es el recurso a la repetición de palabras (“mira, mira”, “luna, luna”, “vela, vela”), que no es sólo un motivo retórico, sino temático, ya que contribuye a la creación de una atmósfera contemplativa. Esta repetición le sirve a Lorca para trastocar la realidad, para envolverte en la magia del mito, para hacerte leyenda.
Para corroborar el desorden temático, Lorca utiliza también hipérbatos, que alteran el orden sintáctico de la oración (“harían con tu corazón / collares y anillos blancos”, “ Dentro de la fragua lloran, / dando gritos los gitanos”), muchas personificaciones (el aire que representa a la conmoción del pueblo gitano), símbolos de su gran riqueza poética, y metáforas, como la del “bronce y sueño”, referida al color de la piel y a la condición mágica de los gitanos.
Estos dos sustantivos, tan diferentes semánticamente, se unen para formar una imagen que se aleja del mero significado de las palabras. En esta metáfora, se funden dos dimensiones: una material, que presenta a los gitanos en actitud casi estatuaria (bronce) -y la realidad, su vida real-, y otra espiritual, mítica y legendaria (sueño) -el deseo, la aspiración del pueblo gitano[2].    
El gitano representa los impulsos naturales, es prototipo de hombre libre; sin embargo, su intento de adaptación a la sociedad fracasa, y él sucumbe a su destino trágico.
De hecho, este romance es un manifiesto de protesta social ante la pena y la marginación a las que el pueblo gitano está condenado.
Otra metáfora de relevancia capital es la del verso 2 (“con su polisón de nardos”).
Esta imagen está estructurada en distintos  niveles, por los que la luna adquiere una significación polivalente: la palabra “nardos” indica una matización de color, el blanco, que corresponde a la luminosidad de la luna, pero que se refiere también a la corona de flores utilizada durante las ceremonias fúnebres; la palabra “polisón” (o sea, la armazón que las mujeres aseguraban a la cintura para ensanchar los vestidos por atrás) aquí sugiere, además de esta costumbre burguesa del siglo XIX, la propia forma abombada de la flor, pero puede también hacer referencia a un fenómeno de la naturaleza, o sea, el resplandor lunar.
Machado, por su parte, en su soneto utiliza muchos encabalgamientos (en los versos 1, 2, 5) y exclamaciones, que contribuyen a la ruptura del ritmo, a la ruptura de la armonía que debería comportar el uso de esta composición y que nos ayudan a sentir con mayor intensidad el sufrimiento que intenta transmitir el poeta.
Por ejemplo, el último verso, endecasílabo que rompe con cualquier orden, está truncado por el grito de dolor de la madre que se repite cinco veces. Además de referirse a la manita del niño, el adjetivo “fría” expresa el sufrimiento de la madre. En otro orden de cosas, este verso es, en verdad, el resumen del poema: por una parte, “Oh” que es un perfecto icono de una bomba (está claro que el niño muere después de haber sido herido en un bombardeo) y, por otra, la palabra “fría”, que no sólo es el repetido grito de dolor del que se habla arriba sino también el estado real al que conduce la bomba, es decir, el cuerpo muerto, frío.
Como en el “Romance de la luna, luna”, también en el soneto de Machado hay una alternancia entre descripción y discurso directo; el diálogo reproduce las palabras de la madre y del hijo. No obstante esto, estamos en un ámbito de comunicación en el que los interlocutores no intercambian informaciones, sino que hay una barrera entre las interrogaciones hondamente doloridas de la madre (“¡Oh, flor de fuego! / ¿quién ha de helarte, flor de sangre, dime?”) y los delirios febriles del niño (“Madre, ¡el pájaro amarillo! / ¡Las mariposas negras y moradas!”). Las alucinaciones del niño se reflejan en la imagen del verso 11 (“Invisible avión moscardonea”, imagen del bombardeo real), que indica una condición de desorden y que, junto a la luminosidad de la “oronda luna que blanquea” y a la oscuridad de la “ciudad sombría”, crea un cuadro trágico e infausto.
La resonancia de Jorge Manrique se deja sentir (su influjo es evidente en temas como la fugacidad de la vida, el poder inexorable de la muerte), pero sólo en medida suficiente para evocar la gran tradición literaria española.
Y para eso, el poeta utiliza un léxico popular, pero, al mismo tiempo, lleno de connotaciones oscuras y negativas (“noche”, “negras”, “moradas”, “sombría”, “fría”).  

·          - Otro factor fundamental es la importancia de lo español frente a lo universal.
Cabe subrayar el hecho de que ambos autores nacieron en Andalucía a finales del siglo XIX,
ya que existe una evidente y concreta vinculación entre la obra de los poetas andaluces y sus respectivos lugares de nacimiento.
La Andalucía de Lorca (considerado el “Andaluz ejemplar” por Pedro Salinas) es la Andalucía del campo (“Por el olivar...”), de sus gentes, de su tierra, vehículo, sin embargo, de valores universales.
El Lorca del Romancero gitano revela una intensa y profunda relación con su tierra natal.
El poeta estiliza el mundo gitano y toda Andalucía, vista desde una perspectiva irreal, fantástica y mítica. El baile de la luna
hace referencia a la tradición de las danzas medievales de la muerte y a su resonancia en el arte plástico y en la literatura. Aquí, el mito se mezcla con la lucha y el drama de Andalucía.
En cambio, en Machado, el paisaje tiene un carácter más reconocible o identificable, en el sentido en que aparecen breves toques líricos y emotivos, por lo que se llena de subjetividad. En efecto, la descripción está ligada a un cierto simbolismo y a una dimensión intrahistórica de la muerte: elementos del campo entran en la habitación (“Hay en la pobre alcoba olor de espliego”, “el lecho”), dando al espacio una dimensión de desvalido, de ausencia, de esencialidad; la esencialidad que implica la muerte.
En este soneto, el poeta se encuentra con la locura del bombardeo, (“flor de fuego”,  “Invisible avión moscardonea”), el color del fuego y el ruido de los aviones trastoca el espacio; es un paisaje en desorden, que ve con ojos muy críticos. (Sabemos que escribe el poema en Valencia, donde se traslada, cuando se traslada el gobierno republicano). Machado, que durante la Guerra Civil se convierte en defensor de la España republicana, presenta una dura visión de la sociedad española, desde una ideología abiertamente progresista.
Por otra parte, aunque su llegada a Baeza supuso un reencuentro con su tierra de origen, el poeta sevillano, es, en realidad, “el poeta de Castilla”, ya que el paisaje castellano es una de las notas más características de su hacer poético y será el reflejo de su mundo interior.


                                                       Miguel Rodrigues - FLORENCIA 2011

En conclusión, podemos decir que, en ambas obras, aparece una historia dentro de la historia: en Lorca, la tragedia del niño es la proyección del dolor y del sufrimiento del pueblo gitano, símbolo mítico del conflicto entre primitivismo y civilización, entre libertad y esclavitud.  El poeta se centra en el dolor de una infancia perdida, de una inocencia perdida, en la reivindicación humana, en sentido socio-político-cultural, frente a la muerte.
En Machado la dimensión intrahistórica del sufrimiento de una madre al perder a su hijo está ligada a una crítica amarga de lo español y de la Guerra Civil, causa de miseria, de dolor y de muerte. En efecto, la muerte del niño se puede interpretar como una metáfora de la tragedia que supuso para España la Guerra Civil española: la muerte de España como la muerte de los valores de la humanidad.
Inocencia y humanidad perdidas.



Veronica Schifano
V B Internazionale
Curso 2011/2012




[1] [GIBSON I. (2006). Ligero de equipaje, Madrid, Aguilar Editor].
 
[2] Aquí nos viene a la memoria la obra de Luis Cernuda, otro gran poeta andaluz también de la Generación del 27, la generación de Lorca













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